lunes, 21 de diciembre de 2009

Tren de mi silencio

De qué me quejo? es cierto que me bajé hasta el fondo de mi sombra. Es cierto que busqué perderme, o quizás que las circunstancias me despidan en un paraje que desconocía.Así fue como me marché, sintiendo que con mi huida se descosían los colores de las flores.Así fue como me subí al tren, y cuando empezó a andar, mi razón dejó de hacerlo.No sabía porque me iba, sólo sabía que me estaba yendo.Al costado del camino había dos vacas que pastaban apaciblemente, detrás de ellas una casita de chapa se esfumaba en el camino. Mirar por la ventana del tren, era como adentrarme un poco en la aventura que estaba por empezar. Aventura por llamarle de algún modo. Porque una de las cosas que tienen en común todos los seres humanos, es la costumbre de ponerle nombre todo; hasta a lo inexplicable. Apodar y llenar de nombres todo lo que nos rodea, sin entender que las palabras nos limitan, y hasta nos arrinconan.Mirar por la ventana me hacía pensar y meditar sobre muchas cuestiones.El movimiento del tren me adormecía, y mis ojos se fueron cerrando. Hasta estar casi dormida, casi despierta. Fue en este instante que sentí que alguien me tocaba el hombro.Una señora adentrada en años y en arrugas, me sonreía. Me pregunto si podía sentarse junto a mí. Después empezó a sacar un manojo de papeles. De todos ellos se aferró a uno. Los demás los guardo con cuidado en su cartera que olía a muchos viajes y a recuerdos. Entonces me pregunto como me llamaba. Y empezamos a hablar. Primero surgieron temas triviales como el clima, la velocidad del tren, la procedencia de su cartera, mi edad y la de ella, y las mascotas que la señora tenía. Después de hablar muchas estaciones, le pregunte a dónde se dirigía. No contestó. Le volvía preguntar y tampoco hubo respuesta. Hay cosas que están embargadas por el silencio. Me di por vencida, convencida de que no iba a responderme. Y como si hubiese tenido que defenderse de mi curiosidad, me hizo la misma pregunta. Las dos en silencio. Las dos mirándonos, como buscando una respuesta. Y se echó a reír. Y yo con ella. Después de todo, la mejor manera de hablar de lo que se ama, es hablar a la ligera.Y algo en ella me provocaba reírme y llorar. Abrazarla. Escucharla. Pero también irme.Nuevamente el silencio se apoderó de nuestros labios. Y mirar por la ventana era despojarse de palabras. Llenarse quizás de viento.Y finalmente entre el silencio y las estaciones me quedé dormida. Sintiendo dentro mío un huracán de dudas y reproches. Certezas. Dudas. Y mientras mi cabeza estaba apoyada en la ventana del tren comprendí que tantas ventanas tiene el mundo abiertas como mi inocencia, remordimientos (o mi maldad insólita conciencia).Y al despertar, en mi mano estaba el papel que la señora había aferrado con fuerza. Sólo el papel. Ella ya no estaba.

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