sábado, 10 de julio de 2010

Mito sobre la inundación

Y el verde musgo de los adoquines me dice que es una maldición.
Rubén de Villa Crespo

El pronóstico para Capital y Conurbano garantizaba granizo precedido por lloviznas en la madrugada. Los barrios más anegables, como Villa Celina por la parte Bonaerense, y Belgrano, Palermo y Villa Crespo por la Federal, ya sabían lo que les esperaba. La última inundación había dejado muchos estragos, autos que ya no volverían a las rutas, casas y techos destrozados y el gusto amargo de los comerciantes que entre otras cosas perdieron su mercadería. Esa vez, una multitud de vecinos, mayormente de Belgrano, se había agolpado para iniciar los trámites necesarios para que el Gobierno de la Ciudad les diera el dinero correspondiente por los daños ocasionados por la inundación. La burocracia hacía que muchos de los belgranenses meditaran acerca de su voto a Macri, ya que muchos de esta zona lo habían elegido. Los vecinos de Palermo, por su parte, cargaban las baterías de sus cámaras y celulares para documentar su viaje en balsa cruzando Juan B Justo. Otra vez prepararse para el destrozo. Destrozo que podría ser evitado, si no fuese por el incumplimiento del señor de los bigotes, Mauricio Macri.
En Villa Celina, solidaria con sus compatriotas de Capital, Doña Chicha intentaba neutralizar la maldición. Ella era la curandera del barrio: curaba la culebrilla, el mal de ojos, hacía gualichos y tiraba las cartas, todo al módico precio de “30 pé”. Su aguda intuición la había visitado en el sueño de la siesta dominguera para revelarle la causa del infortunio que convertiría en pocos segundos a la Capital (principalmente) y al Conurbano en remedos venecianos. Fatigada, al despertarse de la reveladora siesta consultó las cartas con su anacrónico acento cocoliche para verificar si era cierto lo que le había susurrado el sueño. Y lo era: la inundación era obra de una maldición. Resuelta a resolver el enigma, cerró los ojos y mientras caían las primeras gotas de lluvia emprendió un viaje astral para develar el misterio.
Venecia, 1942. Un comerciante de ojos azulados, nariz aguileña, hijo de uno de los empresarios más conocidos de la zona, sufría de amor por una bella veneciana. Ella había sido la secretaria del comercio automotriz de la familia del no correspondido enamorado. Cuando notificó su renuncia, Pietro Román Orsini, el joven hijo del empresario, le pidió que no se fuera de Italia, que se quedara para casarse con él, argumentando que a su lado nunca le faltaría nada. Ella lo rechazó, él no soportó el desengaño y arrojándose atado a un ancla a un canal veneciano, se quitó la vida.
El padre del joven muerto increpó a la secretaria en el entierro. Entre lágrimas de desconsuelo, ella divisó a lo lejos la prueba cruelmente irrefutable del suicidio de Pietro, una lápida que, construida con los mármoles más lujosos, escribía para siempre un adiós en siglas: “P-R-O, amado hijo y brillante ingeniero (1919-1942)”.
Decidida a dejar atrás su amargo pasado, la secretaria emigró a Bs. As, Argentina, la promesa de la América, persiguiendo su sueño de ser maestra. Mientras tanto, con su caminar errante de fantasma -cosa en que se había transformado- el suicida comenzó a deambular por Venecia buscando a su amada secretaria. Al darse cuenta de que ella ya debería de estar cruzando el gran charco rumbo al puerto de esa lejana Argentina, con irrefrenable rencor juró vengar su corazón roto. Juró ahogar su desconsuelo en cada calle de Buenos Aires, desenterrar con sus lágrimas de entre los adoquines el ancla que lo había convertido en fantasma, anegar con cada lluvia la ciudad en donde se había asentado la bella italiana. Desde aquel entonces, el alma oscura de Pietro Román Orsini había intentado castigar una y otra vez a esa ciudad del tango que se había robado a su bella secretaria. Afortunadamente, los poderosos espíritus que poblaban los barrios porteños de la Chacarita y Recoleta habían dificultado durante un tiempo la tarea del fantasmal suicida.
Sin embargo, en diciembre del año 2007 llegaría al poder un ser que facilitaría la realización de su maldición acuosa: el ingeniero devenido en político Mauricio Macri, elegido jefe de la Ciudad de Buenos Aires, sería el médium que allanaría su camino a la venganza. Así, el fantasma de Pietro, invadiendo las oficinas del ingeniero, entre los bigotes y la burocracia del representante de la llamada “centro-derecha” de Buenos Aires, comenzó a traspapelar día y noche los documentos relativos al arreglo de los conductos de los arroyos Vega y Maldonado, causantes de las inundaciones de Belgrano y Palermo. Su fabuloso poder había llegado, incluso, a significarse en el nombre del partido, nombre que cargaba el peso funesto de las siglas grabadas en la lápida lejana de Venecia: “PRO”.
Doña Chicha volvió exhausta de su viaje astral. La verdad estaba ante sus ojos: la inundación, obra de un fantasma; el poder político, en manos de un médium, del representante corpóreo de un empresario suicida muerto en 1942. Enfervorizada por el efecto embriagador del descubrimiento, se vistió y salió a la calle a gritar lo que sabía. Desde arriba, en el cielo oscuro y cerrado, se avecinaba una tormenta. Cuando emprendió camino hacia el locutorio para llamar a Crónica y develar su verdad (el teléfono se lo habían cortado, no le alcanzaba su jubilación de docente en la Dante Aliguieri) comenzó a llover. Villa Celina se inundó, y el barro hizo estragos. Doña Chicha, cubierta de agua marrón hasta la cintura, no logró esquivar el poste de luz que cayó sobre sus 87 años.
En las retinas de la agonizante curandera docente se recortó del horizonte la figura de Pietro. El joven hijo del empresario la había encontrado finalmente, había por fin culminado su errar allí, en la conurbana Villa Celina, entre las pequeñas olas que lamían los frentes de las casas. Ella, la secretaria de la empresa de su padre, la instigadora del ancla, la jubilada docente que curaba el mal de ojos para llegar a fin de mes, cayó en el sueño eterno en el momento preciso en que descubría que ella era no solamente el elemento que había desencadenado el mito: ella era más que el mito, era la inundación de Buenos Aires que cruzaba la General Paz para cobrarle su rechazo.

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